Fresc Co.
Me siento en una mesa pequeña, de espaldas a la gran cristalera que da a la calle. Como si estuviera castigado. Pienso en Cristina, mi mujer, pero me viene a la cabeza Peter Handke. Pienso en toda la historia que ha sucedido con el Premio Heine y con su apoyo a Milosevic y con el rechazo del Premio. Pienso que quizá Peter Handke esté en Soria, el lugar al que marchó para escribir su Ensayo sobre el jukebox. Es una idea que no tiene ninguna base real, una intuición. Un disparate: Peter Handke se habría podido refugiar en Soria para huir de todo el follón relacionado con el premio Heine.
José Comas escribió en El País: “La concesión a Handke del Premio Heine, dotado con cincuenta mil euros, desencadenó una enorme polémica en Alemania. La decisión del jurado indignó a muchos y desencadenó una fuerte reacción política y entre los literatos, por las tomas de postura de Handke a favor de Serbia en las guerras balcánicas y del fallecido presidente de ese país, Slobodan Milosevic, juzgado como criminal de guerra en La Haya, y por haber asistido y tomado la palabra en su entierro”.
El primer ministro de Renania del Norte-Westfalia, el democristiano Jürgen Rüttgers, abrió el fuego y condenó en un discurso la concesión del premio a “un autor que relativiza el Holocausto”. Concejales de todos los partidos reaccionaron escandalizados y anunciaron que votarían contra Handke en la reunión del concejo prevista para tratar el tema el 22 de junio.
A favor de Handke se pronunciaron varios intelectuales, como la Nobel austriaca Elfriede Jelinek o el director de cine Wim Wenders. Ulla Unseld-Berkewitz, la jefa de la editorial Suhrkamp, que publica a Handke y que le concedió un premio hace un año, escribió que “proscribir de esa forma a uno de los más grandes escritores es un signo de la amenazante bancarrota de nuestra cultura”. Dos miembros del jurado dimitieron porque no querían permanecer por más tiempo “en un jurado que no apoya lo que votó. No podemos seguir a disposición de una ciudad que convoca a un jurado independiente especializado y después desaprueba políticamente sus decisiones”.
Peter Handke fue uno de los escritores que más leí cuando era adolescente. Me fascinaba. Me gustó muchoDesgracia indeseada, en la que contaba la historia de su madre y su suicidio. En Dibujos animados, plagié uno de los minicapítulos del libro de Handke, y puse al principio de la novela una cita sacada de ese libro: “El horror es algo que pertenece a las leyes de la Naturaleza: el horror vacui de la conciencia. La representación se está preparando en estos momentos y de repente advierte uno que no hay nada que representar. Entonces esta representación se cae como un personaje de dibujos animados que se da cuenta que lleva ya mucho tiempo andando por los aires”.
Me distancié de Handke y dejó de interesarme cuando decidió apoyar al gobierno serbio de Milosevic, aunque nunca he dejado de leer las traducciones de sus libros.
No fui el único para el que Peter Handke dejó de tener interés. En los periódicos y en las revistas en las que antes se le prestaba atención dejaron de prestarle atención, y pasó a aparecer sólo cuando las noticias con él relacionadas tenían que ver con la guerra de Yugoslavia o con Milosevic. Dejó de ser un escritor para ser el exegeta de un tirano. Un tirano que había sido detenido, que sería juzgado, que murió en prisión en lo que al principio parecieron extrañas circunstancias pero que más tarde dejaron de serlo.
Como ensalada de escarola, y pienso que aunque encuentre a Peter Handke en Soria, posibilidad que me parece a cada instante más imposible, será difícil que nos entendamos. Salvo para la policía del Reino Unido, a quien mi inglés le había parecido perfect momentos antes de proceder a mi detención, nadie más logra entenderme cuando hablo en ese idioma. No sé alemán. Y Peter Handke tampoco sabe castellano, o no suficiente para mantener una conversación.
Y el idioma, me parece mientras bebo un poco de gazpacho, tampoco será la barrera: aunque logre encontrar a Handke en Soria me parece imposible que a él le apetezca hablar conmigo, un desconocido, un freak que va a Soria a buscarle, sobre Milosevic, sobre el Premio Heine o sobre la duración o sobre el día logrado o sobreel cansancio.
También ha escrito José Comas en El País: “Se consuela Handke con que podrá ir con tranquilidad a la tumba de Heine, en el cementerio de Montmartre en París, que no queda lejos de la aldea donde reside”.
¿Qué sentido tiene ir a buscar a alguien al lugar en el que se supone debe estar?
Babel
Cuando cuento el proyecto de viaje a Soria para buscar a Handke, a mis amigos les entra la risa. Les parece una broma. ¿Handke? ¿En Soria?
Ignacio dice que hago todo lo contrario de lo que suele hacerse: “en lugar de ir a buscar al campeón, vas en busca del derrotado, del apestado”.
Luego dice: “tienes que titular tu artículo ‘Buscando a Handke desesperadamente’”.
Estamos en la terraza del bar Babel de la calle Zurita. Es de noche. Hace calor. Nos reímos. Y pienso que tiene toda la razón: ¿cuál es el motivo por el que quiero encontrarme con Handke? ¿Recriminarle que me haya abandonado? ¿Que haya dejado solo al adolescente que quería ser escritor y que leía cada una de sus palabras como si fueran una biblia
Mr. Dumbo
Mr. Dumbo es un bistró de comida sirio-libanesa. Preparan un buen humus y un buen baba ganus y unas buenas hojas de parra y unos estupendos falafel. Cenamos con Félix y Eva en la terraza, en un chaflán que une las calles López Allué y Cortes de Aragón. López Allué fue un escritor costumbrista oscense que tuvo éxito con su novela Capuletos y Montescos, versión montañesa de Romeo y Julieta.
Félix es de Soria, y cuando cuento mi proyecto de viaje para buscar a Handke, me ofrece las llaves de su casa. (Cuando me dé las llaves, unos días más tarde, me entregará también un plano a color de Soria en el que viene detallado el lugar exacto de su casa: Ronda don Eloy Sanz Villa, junto a Santa Teresa de Jesús, junto a los Jardines de Gustavo Adolfo Bécquer, junto a la calle de Los Linajes de Soria.)
A Félix y a Eva no les parece tan disparatado el proyecto de viaje. Me escuchan como si estuviera diciendo algo racional, lógico, inevitable: ir a Soria a buscar a Handke. Aunque ellos vayan habitualmente a Soria y nunca hayan visto a Handke en Soria.
Les pregunto por un restaurante chino del que habla Handke en Ensayo sobre el jukebox.
Félix me dice que en Soria hay dos restaurantes chinos, pero que el más antiguo, del que habla Handke, está muy cerca de su casa, muy cerca de la Alameda de Cervantes.
Les digo que entraré en el restaurante chino con una fotografía de Handke y preguntaré a los camareros si han visto a ese tipo. Les digo que mi padre fue policía. Es posible que haya heredado su gen policiaco.
Se ríen. Cristina también se ríe, y dice que sí que es posible que tenga madera de policía.
Hyundai Matrix
Ismael me dice que coja discos, que los que tiene en el coche los tiene demasiado oídos. Su coche es un Hyundai Matrix azul, diseñado por Pininfarina. Me gusta mucho viajar en este coche. Ismael se queja de que tiene poco reprís y
de que es difícil adelantar en carretera. Piensa en cambiarse de coche.
Cojo una bolsa de Los portadores de sueños, la librería de Félix y de Eva, y la lleno de discos. Los discos que más he oído estas semanas. Un disco de Antònia Font, un disco de Pauline en la playa, un disco de Dean Martin, un disco de July Delpy, un disco de Françoise Breut, un disco de Tachenko, un disco de Mogwai, un disco de Camera Obscura, un disco de Belle & Sebastian y veinte discos más.
Nos perdemos al salir de Zaragoza y en lugar de coger la autopista, cogemos la carretera. La carretera tiene un tráfico denso. Miles de camiones. No podemos adelantar. Yo miro el paisaje e Ismael tararea las canciones.
Hacía mucho tiempo que no viajaba por esta carretera. Por ella se extiende la ciudad en un inmenso arrabal de más de veinte kilómetros. Sólo después de pasar Pedrola, y su restaurante castillo, la ciudad desaparece y empieza el campo. Cereal, viñedo, árboles, montes, tierra labrada, tierra yerma.
El Moncayo es el monte que parte Aragón y Castilla. Desde el lado aragonés parece un monte de Japón, como el Fujiyama, porque se eleva desde el valle del Ebro, como un hongo, sin rivales.
En cada pueblo recordamos a los escritores del lugar. En Magallón recordamos a Lázaro Carreter. Lázaro Carreter escribió los manuales escolares de lengua y literatura con los que estudiamos Ismael y yo de la editorial Anaya. Lázaro Carreter escribió, vergonzosamente, con seudónimo, La ciudad no es para mí, uno de los grandes éxitos de Paco Martínez Soria: primero, obra de teatro y después, una de las películas de más éxito de la historia del cine español.
En Borja recordamos a Braulio Foz, que está enterrado en el cementerio, junto a la carretera.
Pocos kilómetros más adelante, en Bulbuente, recordamos a Julio Alejandro, que tiene una calle junto a la carretera. Julio Alejandro fue un guionista brillante. Firmó para Luis Buñuel los guiones de Viridiana, deTristana, de Simón del desierto, de Nazarín... De seguir vivo, Julio Alejandro habría cumplido cien años. Nació en Huesca, se hizo marino, escribió poemas que prologó Antonio Machado, escribió teatro, se exilió en México y murió en Jávea, mientras charlaba con Manuel Vicent, con José Luis García Sánchez y con Rafael Azcona.
Julio Alejandro me envió una postal a la cárcel: con su letra grande me hablaba de la libertad. Pocos días más tarde, falleció. Me siento muy culpable porque nunca le respondí.
En Trasmoz ambientó Bécquer uno de sus cuentos de brujas. Miguel Mena, que ha escrito varias novelas sobre secuestros, la última Días sin tregua, sobre el secuestro del futbolista Quini, tiene casa en Trasmoz y vive muy cerca del lugar donde ETA tuvo secuestrado al padre de Julio Iglesias.
Buscamos a un escritor, pero encontramos a otros escritores, que no son Peter Handke.
Al cruzar la frontera con Castilla, queda a nuestra derecha el camino a un pueblo que se llama Montenegro de Ágreda.
Ismael bromea: “ya estamos un poco más cerca de Peter Handke. Montenegro acaba de conseguir en referéndum independizarse de Serbia”.
Así lo contó Europa Press: “Montenegro declaró la independencia de su unión con Serbia el pasado 3 de junio, después de que sus habitantes así lo decidieran en un referéndum celebrado un mes antes. Croacia reconoció a su vecino el pasado 12 de junio”.
Cuando el Duero se pone a nuestro lado empiezo a cantar, como un perro, una famosa canción de Gabinete Caligari: “Voy Camino Soria, tú hacia dónde vas... Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán, y por los dos sabrás que a la ribera del Duero existe una ciudaaaaaad”.
Ismael se ríe. Ismael ha traído un libro de Handke para que Handke se lo firme cuando nos encontremos con Handke.
Al llegar a la ermita de San Saturio, uno de los lugares por los que paseaba Machado, uno de los lugares por los que pasea Handke cuando va a Soria, obligo a Ismael a realizar una maniobra peligrosa para que gire a la izquierda.
Nos paramos en la puerta del camino que lleva a la ermita. Tendremos que caminar más de un kilómetro, bajo árboles. Cuando salimos del coche una bofetada de calor reduce nuestras expectativas. Decidimos que Handke no está en la ermita de San Saturio.
Me gusta cruzar el río a la entrada de Soria. El puente es de un solo sentido y hay un semáforo que regula su tránsito. Cuando era niño me gustaba esperar en ese semáforo y ver el río, abajo, corriendo. Hace unos días, Nacho, primo de Cristina, me ha dicho que soy acuático, que se nota en mis artículos: siempre hablo de agua y de piscinas. Él no es acuático, y por eso le llama la atención que hable tanto de agua.
Esta carretera de Soria la crucé muchas veces cuando era niño, camino de Aranda de Duero, donde vivían mis tíos y donde solía pasar algunos días de verano.
Soria es una ciudad en la que hace mucho frío y en la que yo siempre he pasado calor. Deteníamos un momento el coche y comprábamos pan en un horno que había junto a la carretera. El pan de Soria.
Las calles de Soria están completamente desiertas: no hay coches circulando ni personas caminando. Aparcamos fácilmente en el centro de la ciudad. Es fiesta. San Juan. Todos los comercios están cerrados. Sólo están abiertos los bares. Aunque están bastante vacíos, porque hoy se celebra La Saca. En La Saca, doce toros son trasladados desde los corrales del Monte Valonsandero hasta la plaza de La Chata. Más de cien caballistas y toda la gente que quiera ayudar se encargan del recorrido, que tiene una extensión de unos seis kilómetros.
China Town
Antes de sentarnos a beber algo, vamos al restaurante chino China Town, que está en la calle Nicolás Rabal, en uno de los laterales del parque. Es la una de la tarde. En el restaurante sólo hay una familia comiendo: una familia latina que se queda muda cuando entro en el restaurante y pregunto al camarero, enseñándole la fotografía de Handke de la solapa del Apéndice de verano a un viaje de invierno, si ha visto a ese tipo. Se arremolinan todos los trabajadores en torno a mí, queriendo mirar la fotografía: nadie lo ha visto. No lo conocen. La familia latina sigue atenta a la escena.
En la fotografía, a blanco y negro, Peter Handke lleva el pelo largo, media melena oscura, y lleva gafas de pasta, bastante grandes, y lleva bigote, que parcialmente se tapa con la mano.
En la contraportada del libro se lee:
¿Quién quiere comprender? ¿Hay alguien que quiera comprender? Estudiar la historia anterior, o la historia en general, tenerla ante los ojos y ponerla de manifiesto podía a ayudar a aclarar algo, sin duda, y llevar la cuestión un par de peldaños por encima del redoble de actualidades. Pero ello –y esto es, por lo menos, una experiencia personal al estudiar la historia, la de Yugoslavia, durante los últimos tres o cuatro años– no aportó claridad alguna, no aportó ninguna luz, todo lo más una centella pasajera o más bien una mera lucecita. De la mano (¿mano?) del estudio de la historia, ¿no acababa uno moviéndose sólo en círculo, o más bien en zigzag y, en lugar de ver más con la ayuda de aquel, acababa uno moviéndose en un laberinto, en un laberinto casi sin luz?
Lo leo, y me pregunto qué demonios quería decir Handke, aunque sé qué demonios quería decir Handke.
Muy cerca del China Town está la comisaría de policía. No es difícil pensar que los trabajadores del restaurante chino y que la familia latina hayan pensado que yo, vestido completamente de negro, sea un policía secreto.
A Handke le gustaba ir al restaurante chino de Soria porque pensaba que esos chinos eran los únicos que en Soria eran más extranjeros que él. Cuando Handke vino a Soria era finales de los años ochenta o comienzos de los noventa. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Cuando Handke vino a Soria era invierno, y hacía frío.
Terraza alameda Cervantes
Sentados en la terraza del parque leemos la prensa local. La edición soriana de Heraldo y la edición soriana de El Mundo. Vemos las fotografías de las fiestas. Comenzaron ayer. Por los altavoces de la terraza suenan canciones sorianas.
La camarera que nos atiende es latina.
Pienso que si Handke está ahora en Soria será uno más de los extranjeros de la ciudad, y no tendrá necesidad de ir al restaurante chino.
Bar Asador Ecus
En el Bar Asador Ecus comemos cangrejos y cochinilla asada. Somos los únicos clientes del restaurante. Luego, se sentará una pareja cerca de nosotros: la chica es latina. La camarera de la barra es rumana. En el salón hay una enorme pantalla con imágenes de una televisión local, sin volumen. A todo volumen, suena una retransmisión radiofónica de La Saca: en directo. Los locutores se tratan de usted. Parece que la bajada de los toros no es como debería ser: se detienen, se dispersan, no atienden a los caballistas. Ismael y yo nos miramos. No podemos hablar. Nos reímos.
El camarero nos pregunta si estaba buena la cochinilla. Lo pregunta porque nos hemos dejado casi toda la carne en el plato.
Le pregunto, enseñándole la fotografía de Handke en la solapa del libro, si conoce a ese tipo.
Nos responde, después de mirar atentamente la fotografía, que no. Nos pregunta si lo buscamos por alguna razón.
Le respondo que la razón de buscarle es encontrarle.
Casino de la Amistad Numancia
Las calles de Soria están desiertas. Caminamos solos. Callejeamos solos. En silencio. Entramos en los hoteles. En muchos de ellos tenemos que llamar al timbre porque la puerta principal está cerrada. Enseño la fotografía de Handke. Nos miran raro. Nos dicen que no. Siempre es no.
En los escaparates de las librerías hay libros de Machado, de Bécquer, de leyendas sorianas, de César Ibáñez, que ha creado un detective soriano, el comisario Maroto, que espero que tenga más suerte que yo en sus pesquisas. De Sánchez Dragó, Muertes paralelas, que cuenta la investigación que lleva a cabo sobre el asesinato en la Guerra Civil de su padre, Fernando Sánchez Monreal, y con ella podría haber escrito un buen texto. Lo tenía todo. Tenía un asombroso golpe de efecto inicial: cuando él había crecido creyendo que los asesinos de su padre habían sido los “rojos”, descubre por boca del comisario Conesa, que le está interrogando en la Puerta del Sol, que a su padre lo mataron los “nacionales”. Tenía un personaje potente: Fernando Sánchez Monreal, de veintitantos años, periodista de acción. Tenía una época tan sangrante como propicia para las historias, reales e imaginarias: la Guerra Civil. Tenía un caso: la desaparición y muerte de Fernando Sánchez Monreal, y de su compañero de desdicha, el también periodista Luis Carreño. Tenía emoción: pues su búsqueda implica enfrentarse a todos los afectos y a todos los odios. Y, también, y no en menor grado, tenía que defender la rehabilitación pública de su padre.
Utiliza todos esos elementos, pero tan caóticamente que a menudo se disuelven, o se entierran, chocando unos con otros. Decidió que la investigación sobre la muerte de su padre tenía que ser una “obra en marcha”: escribe conforme recibe la información, y cuando recibe información que contradice lo que ha escrito lo reescribe todo, una y otra vez. Esta “obra en marcha” debería ser fresca, pero está llena de pesadez barroca. Sánchez Dragó no ahorra al lector ninguna de sus averiguaciones... pero hay algo que alienta en esa búsqueda que es verdadero y que tiene mucha fuerza.
Ricardo Piglia ha escrito que toda la literatura es o una investigación o un viaje.
Como hay pocos socios esta tarde calurosa de San Juan, un camarero latino nos deja sentarnos en la terraza del Casino de la Amistad Numancia. A nuestra derecha hay sentados en torno a una mesa tres ancianos y a nuestra izquierda hay sentado en otra mesa un anciano que fuma un gran puro con boquilla de plástico y que llevas gafas de sol.
El camarero latino no ha visto a Peter Handke, aunque nos dice que el nombre le suena. Sonríe. Sonreímos.
Los tres ancianos de la mesa de la derecha hablan de pesca. Uno de ellos dice que una vez pescó una trucha. Pero luego dice, para que nadie piense que está mintiendo, que la trucha estaba herida. Otro de ellos, laringectomizado, golpea en la cabeza del tercero con un periódico enrollado.
En la entrada del casino hay una placa en la que se recuerda que frecuentaron el lugar Antonio Machado y Gerardo Diego. No hay una placa que recuerde que Peter Handke también ha estado aquí. Si todavía sigue aquí, escondido más allá de las mesas de billar, en las que nadie jue